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  • 10 sept 2019
  • 2 Min. de lectura

Esta mañana, mientras me disponía a meditar un rato, me percaté que una abeja había caído en la redes de una araña, me acerqué para ver más de cerca y pude ver como la araña subía y bajaba hasta la abeja llenándola cada vez más de telaraña y la abaja siguiendo su instinto hacía todo lo posible para escapar de ahí, cosa que después te tanto forcejeo logró hacer (vídeo). Cuando logró escapar la abeja se veía bastante lastimada, así que la tomé en mi mano y empecé a conectar con ella mientras observaba cómo retiraba de su cuerpo la telaraña que tenía. Al conectar con la abeja la sentí muy desesperada con la situación y percibí también mucho cansancio de su parte, si bien fueron pocos minutos en los que batalló por su vida, ya había estado volando por bastante tiempo. Comunicándome con ella, me contó que disfrutaba mucho su “oficio” de recolectora, percibí cómo se acercaba a las flores y con su lengua extraía el polen, sentí el placer que sentía en la recolección, la manera en que percibía esos aromas, es como si todo su cuerpo estuviera hecho para sentir y localizar el polen.

Luego, al estar sobre mi mano, sentí que se había quedado quieta, pensé que estaba lista para volver a su colmena, en ese momento me mostró sus alas y la inmovilidad que había en ellas, al acercarme lo más que pude, logré ver que había telaraña en sus alas y debajo de ellas, con un palito empecé a quitarle lo que alcanzaba a ver y podía con el palito, cuando quité lo que pude de sus alas, comenzó a caminar de manera muy forzada, en ese momento le pregunté sobre su vida y la muerte a lo que ella me volvió a mostrar el placer que encontraba en las flores y en lo fugaz que resulta la vida en este planeta, contándome que cada día cientos de ellas nacían y morían en su colmena y que al final lo importante, para ella, era haber puesto su granito de arena (o de polen) en su comunidad y haber hecho de este planeta un lugar más florecido y bonito para las abejas que vendrán.






 
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